Comentario
El proceso anteriormente reseñado va a llevar en el siglo V a. C. a las poblaciones indígenas a un estadio de desarrollo superior, que podemos calificar como plenamente urbano, con lo que el mundo ibérico se "homologa", aunque más tardíamente, con las demás culturas del mundo mediterráneo de los milenios segundo y primero a. C., con un tipo de organización más próximo al de las sociedades mediterráneas.
La existencia de la ciudad como núcleo básico de la organización interna es uno de los rasgos que caracterizan al mundo ibérico. Pero este proceso de urbanización no es uniforme, sino que se pueden establecer diferencias que pueden llegar a ser extremas entre los distintos territorios. Así, por ejemplo, en las campiñas de Jaén encontramos ciudades y una organización del poblamiento en torno a ellas ya en pleno siglo V a. C., mientras que en el valle medio del Ebro el establecimiento de ciudades no se remonta más allá del siglo III a. C.
En el proceso de análisis de la organización del poblamiento ibérico se plantea un problema fundamental, poder determinar cuándo un núcleo habitado puede o debe ser considerado como una ciudad. Pero no podemos dar respuesta a este problema sin determinar previamente el concepto de ciudad, concepto relativo y que puede variar dependiendo de la cultura a que se refiera. No obstante, a pesar de las dificultades, desde un punto de vista metodológico es obligado descubrir los elementos que definen un asentamiento de población como ciudad.
Por oposición, para que las ciudades existan es imprescindible, en primer lugar, que haya otros núcleos que no lo sean y que se puedan definir como rurales. Es decir, deberá existir un habitat diferenciado en el que el asentamiento que se identifique como ciudad deberá contar con unas atribuciones de las que carezcan los núcleos rurales y realizar unas funciones derivadas de estas mismas atribuciones exclusivas de la ciudad. Estas funciones cubren toda una serie de aspectos defensivos, político-administrativos, económicos, religiosos, etc., que necesariamente deberán proyectarse a los núcleos rurales, faltos en todo o en parte de los servicios que la ciudad les proporciona.
Esta relación entre ciudad y núcleos rurales es recíproca, pues los asentamientos rurales por su parte deberán ofrecer una serie de prestaciones a la ciudad normalmente en sentido de dependencia.
Pero el hecho de que esta relación sea recíproca no quiere decir que sea igualitaria. Existe una vinculación desigual en la que la ciudad juega un papel preponderante.
Por otra parte, todas las funciones que se desarrollan en la ciudad tienen su reflejo material en una serie de edificios específicos con una configúración constructiva y urbanística distinta de las viviendas.
En cuanto al tamaño, es claro que el sistema de vida urbano supone la atracción de los habitantes de los asentamientos rurales y menores, lo que traerá como consecuencia que la ciudad tenga un número mayor de habitantes y de construcciones que, evidentemente, se manifiesta cuando uno de estos asentamientos es objeto de excavación. No obstante, es dificil determinar de manera absoluta cuándo estamos ante un asentamiento ciudadano y cuándo estamos ante un asentamiento rural, por lo que la identificación de un asentamiento con el núcleo que realiza las funciones específicas de la ciudad debe hacerse por comparación entre yacimientos de la misma época y dentro de un territorio con una cierta uniformidad económica y cultural. Este proceso comparativo y de observación de las diferencias de tamaño y estructura de los asentamientos que corresponden a ciudades y de aquellos que no realizan estas funciones únicamente es posible cuando la identificación entre yacimientos arqueológicos concretos y nombres de ciudades que conocemos por las fuentes escritas o las leyendas monetales referidas al área ibera sea segura. Las fuentes escritas para el área ibera, como para el resto de España, son fundamentalmente los autores greco-latinos de época clásica, todos ellos de una época comprendida entre el siglo II a. C. y el siglo II d. C. Son asimismo, fuentes importantes para el descubrimiento de los nombres de los núcleos ciudadanos de época ibera las leyendas monetales y los textos epigráficos grabados en otro tipo de documentos. Las informaciones que ofrecen cada una de estas fuentes pueden ser coincidentes y complementarias, aunque no siempre sucede así por la misma naturaleza de las fuentes. Por ejemplo en las fuentes literarias (historiadores y geógrafos sobre todo) las referencias a ciudades indígenas están en relación con el propio objeto de la narración, la mayor parte de las veces acontecimientos bélicos.
Centrándonos más concretamente en la ordenación del territorio en el área ibérica de España, a partir de los estudios arqueológicos realizados sobre el poblamiento de las áreas iberas fundamentalmente en el valle medio del Ebro por F. Burillo, en la zona del Alto Guadalquivir por A. Ruiz y M. Molinos y en la zona de los edetanos por J. Bernau, H. Bonet y C. Mata, se puede llegar a concluir que los asentamientos se ubican y se distribuyen en función de la explotación de los recursos económicos de la zona y teniendo en cuenta la naturaleza de cada uno de ellos, según se trate de poblaciones de carácter urbano o rural. Por regla general los asentamientos de estas dos áreas analizadas hasta ahora con más profusión suelen localizarse en zonas agrícolas, aunque también se han descubierto asentamientos ubicados en determinados lugares de explotaciones mineras o de otras actividades económicas. En definitiva, la distribución de asentamientos se realiza de forma irregular de acuerdo con las posibilidades económicas que presenta el territorio y no mediante una planificación ordenada de la utilización del mismo, con lo que la mayor densidad demográfica y el mayor número de núcleos importantes se explica por la existencia también de una mayor cantidad de recursos.
En la distribución de los núcleos habitados influyen elementos de tipo político o incluso militar, como es por ejemplo la necesidad de control del territorio en su totalidad, buscando para ello puntos de fácil defensa y que dominen el territorio propio, o de un paso importante de comunicaciones, con lo que en ocasiones encontramos asentamientos con un carácter estrictamente militar, aunque estos asentamientos, por lo que se conoce hasta el presente, suelen ser escasos.
Finalmente en lo que se refiere al poblamiento se observa también que entre los distintos asentamientos se establece una jerarquización en función de una relación de control e intercambio de los centros ciudadanos sobre los centros rurales e incluso dentro de los propios centros ciudadanos se produce esta relación de control de los mayores sobre los más pequeños.
Este proceso de jerarquización será potenciado y favorecido posteriormente por la acción de Roma, pues su propia estructura político-administrativa tiene como base estos mismos principios. De este modo el control de estos territorios por parte de Roma será mucho más rápido, más fácil y menos costoso.